José Antonio Páez: el ocaso de un centauro

Acostumbrado a sus paseos matutinos por Central Park en el lomo ecuestre de su caballo, el general Páez, otrora Centauro de Los Llanos, lleva la mirada fija en un punto sobre el horizonte, un pensamiento latente ha recorrido su cuerpo desde la salida del alba, pero la serenidad que le otorga la vejez lo mantiene con una tranquilidad imperturbable.

En su memoria evoca el amanecer en las sabanas de Barinas, las que recorría junto al negro Manuelote arriando el ganado cimarronero hacia el hato La Calzada, para nada comparables con el clima neoyorquino que aún en primavera se presentaba húmedo, frío, acompañado de un rosario de nubes que impedía el paso de los rayos del sol.

El jinete Páez se detiene frente a la modesta casa n. º 42 en la calle 20, desensilla su caballo y en un perfecto y fluido inglés indica al mayordomo que su paseo ha terminado. Entra en la pequeña sala, camina unos cuantos pasos, taciturno, sin rastros de su vieja alegría, como cuando interpretaba a Otelo al lado de Barbarita en su casa de Valencia. Se acomoda en el olvidado y descolorido piano, como acto inconsciente de sus propias cavilaciones, pasea sus dedos por las teclas de madera de abeto.

Foto del general Páez en 1871. Crédito: Chistiano Junior

En silencio, una melodía estalla en su cabeza: La flor del retiro, vals lento que él mismo compuso algunos años antes; de inmediato empieza a tocar sus acordes, dos lágrimas recorren la faz de su rostro, la soledad de la vejez lo hace vanagloriarse en sus antiguos recuerdos. El general solo espera el fin, ya todo se lo dio a su Patria, la muerte será lo único que lo aguarde.

En sus últimos años de vida el general Páez se dedicó a sí mismo, a instruirse en las artes y en la música, a aprender todo aquello que le interesaba. Viajó a diferentes lugares donde siempre fue bien recibido y elogiado por sus glorias pasadas y por su personalidad generosa dispuesta a cultivar lo mejor de su carácter artístico.

Partitura de música atribuida a Páez

Sin embargo, una pena lacera su corazón, no es otra que la certeza de su muerte fuera de su tierra. Sentado en el pequeño banquillo del piano, acompañado por una inmensa melancolía que lo embarga, recuerda los días de su primer exilio: aquel 28 de mayo de 1850 cuando abordó el buque “El Libertador” junto con la mujer que había sido su esposa y a quien había abandonado por Barbarita después de las guerras de Independencia llevado por su afán de una vida “culta” lejos de sus primeras costumbres llaneras.

Esa mujer que le había entregado tanto, Dominga Ortiz, y a la que aún le adeudaba un profundo afecto, se posaba por un instante en sus rememoraciones. Él tenía grabada en su memoria la mañana de ese martes de 1850, como una imagen fija. Podía divisar las gaviotas serpenteando la bóveda celeste y una multitud acongojada que despedían su partida, envuelta en la atmósfera de colores vibrantes del cielo de las costas venezolanas degradado en azules. Páez viajó a Saint Thomas, en su cabeza, la idea del regreso era lo único que le mantenía con esperanzas. El Taita, el León de Payara, el Centauro de Los Llanos, tenía una arruga en el pecho, no era otra que su Patria latiendo fuertemente en sus adentros.

Dominga Ortiz, primera esposa de general Páez. Crédito: Galería de Ilustres Barineses”, 1990

El primer exilio del general José Antonio Páez duró 8 años y fue durante el proceso histórico venezolano conocido como el monagato, años en que la presidencia de la nación estuvo en las manos de los hermanos Monagas: José Tadeo y José Gregorio, respectivamente. Así, en un intento por retomar el poder y meter en cintura a la oligarquía liberal reinante, el antiguo León de Payara se aventura en una empresa de revuelta que lo llevó a desembarcar en la Vela de Coro el 2 de julio de 1849 con la idea de armar un ejército, pero su intento fue frustrado y es encarcelado en el Castillo de San Antonio, en Cumaná. No era la intención del gobierno que Páez muriera en prisión ya que ello traería innumerables consecuencias por la influencia que aún tenía dentro de la política nacional. Gracias a la interferencia de Dominga Ortiz y a sus innumerables presiones ante el Congreso, se logró que José Antonio fuera enviado al exilio el 28 de mayo de 1850.

Algunos señalan que la joven que acompaña a Páez es su hija María del Rosario Páez Ortiz, mientras otros aseguran que es su nieta María. Foto de autor desconocido

Páez repasa sus años de exilio, su estancia en las diferentes ciudades que lo acogieron después de su corto paso por la isla de Saint Thomas: Baltimore, Filadelfia, New Jersey y New York, ciudad en la que permaneció por 4 años hasta decidirse a viajar a México, país en el que fue recibido y homenajeado por el presidente Antonio López de Santa Anna. En el año de 1856 se embarca hacia Europa, visita Francia, allí el emperador Napoleón III lo recibe en el salón de los soberanos y lo invita al bautizo del príncipe heredero, mandándole a confeccionar un uniforme de gala de emperador francés, luego continuó su viaje hacia Europa Central y finalmente decide regresar a New York.

El general Páez en una foto de Federico Lessmann/ Crédito: Rostros y Personajes de Venezuela, El Nacional (2002).

Es durante esos años que Páez comienza a perfeccionarse en distintos idiomas, por lo que aprovecha sus estadías en los diferentes países para aprender sus lenguas, lo que le permitió dominar a la perfección el francés, inglés, italiano e incluso el portugués. Se afanó mucho en aprender de la cultura, las bellas artes y diversos conocimientos, llegando incluso a ver clases de botánica con Agustín Codazzi. 

Por ese tiempo recibió noticias de Venezuela. Los Monagas estaban fuera de la Presidencia de la República, habían sido derrocados en la Revolución de Marzo (1858) liderada por el caudillo Julián Castro, quien envía una misiva a Páez y lo invita a formar parte del nuevo gobierno como jefe militar. El 15 de julio, en la Convención de Valencia, se anula la medida de exilio en su contra y les son devueltos todos sus títulos militares y condecoraciones, además de proporcionarle un sueldo como general de la República.

“¡Qué tiempos aquellos!”, exclama el general, sentado en el banquillo del piano con destellos de luz desbordando sus ojos, recuerda la carta que escribiría a Dominga informándole de su viaje a Venezuela por esas fechas, en la que le pedía buscar una casa humilde para vivir: “pa que nadie sea testigo de nuestras miserias y en donde tener gallinas y algún pan que yo mismo pueda cultivar”. Páez se sentía afanado ante la excitación de volver a Venezuela, no se consideraba tan viejo como algunos lo pensaban y la fortaleza de espíritu que lo acompañó en la juventud le otorgaba fuerzas a su cuerpo. Pero los acontecimientos de la convulsa nación venezolana minaron sus expectativas y lo llevaron a nuevas acciones dentro de la vida política nacional.

El reciente gobierno de Castro era inestable. La pugna entre liberales y conservadores arrasa el continente y el regreso de José Antonio solo despierta un sentimiento de recelo en los bandos liberales.

El 31 de diciembre de 1858, cuando es sancionada una nueva Constitución que reestablece la pena de muerte y no toma en cuenta la petición de los liberales sobre la Federación, se desata una impostergable polémica que lleva al inevitable alzamiento de los grupos liberales en el Oriente venezolano para el mes de febrero de 1859, comandados por Ezequiel Zamora y Juan Crisóstomo Falcón.

Se da inicio a la Guerra Federal. Al principio, Páez no estuvo de acuerdo con la posición de Julián Castro, la cual consideraba “blandengue” con los liberales y por ello decide irse del país y se marcha nuevamente a New York. No obstante, es requerido por las fuerzas conservadoras del sucesor de Castro, Pedro Gual, quien lo nombra comandante en jefe de todos los ejércitos del gobierno. Pero Gual comienza a desconfiar de Páez por su posición conciliatoria ante los liberales. A pesar de ello, Páez continúa en el país y Gual es encarcelado. Por esas fechas, el general Páez, en conflagración con otros personeros políticos y militares de importancia, aprovecha para ser nombrado dictador en 1861 hasta la finalización de la guerra.

Los recuerdos de esos años le hicieron pensar por un momento en Bolívar, en los años que se asumió dictador de la Gran Colombia para evitar que el proyecto fracasara. Ahora comprendía que, quizás, esa misma convicción de Bolívar le había recorrido en esos años de la Guerra Federal. Finalmente, Páez exhaló una bocanada de aire y pronunció un fuerte “¡al carajo!”. La misma frase que profirió años atrás cuando Antonio Guzmán Blanco le propuso la realización de un acuerdo que finiquitara los días de guerra, el famoso tratado de Coche firmado el 23 de abril de 1863.

Después de la firma del acuerdo de paz, Páez renunció a la presidencia de la Asamblea Nacional constituida por grupos iguales de ambos bandos y se retiró a New York en agosto de ese mismo año, dejando atrás para siempre su vida política y a Venezuela. Tenía 73 años.

Esta vez el general observó las teclas del piano y, llevado por un impulso mayor, continuó tocando la melodía, pero acompañada por su hermosa voz de barítono y entonó la letra: “Que triste es la vida, de luto cubierta, llevando en el pecho oculto un dolor…”. Ese canto revivió en su memoria los 10 años de exilio que ya había cumplido fuera del país.

 

En los primeros tiempos, vivió en New York y aprovechó para adentrarse en los placeres fascinantes que le despertaban las bellas artes, la escritura y los diferentes idiomas al escribir su autobiografía, en la que plasmó sus glorias pasadas y legó al mundo un pedazo de Páez, el hombre, el militar y el político.

También tradujo del francés las Máximas de Napoleón sobre el arte de la guerra. Para el año de 1865 dictó su testamento y repartió entre sus parientes las pocas propiedades que aún le quedaban. A pesar de ello, José Antonio Páez nunca fue un hombre resignado, así que en 1867, entusiasmado por la propuesta de Horacio Lewis para la realización de una máquina que desollara reses, decide invertir lo que le quedaba de dinero y viajar a la Argentina para llevar a cabo el emprendimiento, pasando una corta estancia en Brasil y Uruguay.

A pesar del entusiasmo del General, la empresa no se llevó a cabo de manera satisfactoria, por el contrario, José Antonio Páez quedó endeudado y sin posibilidades económicas de pagar sus deudas. Por esos años tuvo que recurrir a la ayuda del presidente de la nación del Río de la Plata, Domingo Faustino Sarmiento, quien en 1868 le otorgó un puesto como brigadier en el ejército de Argentina y el derecho a un sueldo y don de mando para que se pudiese mantener. 

A pesar de la austeridad en la cual se encontraba, Páez tenía grandes amigos en la ciudad de la Plata, como lo era Don Pedro Carranza, un comerciante que le brindó hospedaje en diferentes ocasiones. Carranza tenía siete hijos, a los cuales Páez estimaba muchísimo, tanto así que varias de sus primeras composiciones musicales iniciadas en esos años fueron dedicadas a ellos. Si bien es cierto que los conocimientos musicales de José Antonio Páez, en cuanto a composición, eran escasos, su intrépida personalidad y sus habilidades artísticas le ayudaron en su empeño de componer.

Por ese tiempo buscó la ayuda de un arreglista argentino de nombre Charles Lambra quien le asistió en su cometido musical. Páez compuso varias piezas y un cancionero, todas para piano. Entre sus obras destacan la que compuso a la señorita María Carranza, una de las hijas de su amigo, “Escucha bella María”, así como también “El pescadero”, “El vendedor de pescado”, “Sactissima” y “La flor del retiro”.

 

Las composiciones del general gozaban de ser variadas, desde música sacra hasta andaluza y las caracterizaba ese estilo romántico de las obras musicales del siglo XVIII; varias de sus piezas eran interpretadas por él en una magnifica entonación. “En esos días era feliz”, pensó el general.

La música siempre había tenido ese efecto en él desde que en su llano tocaba arpa, maracas y recitaba coplas del llano. “Qué reuniones aquellas en casa de los Carranza”, dijo Páez en tono de lamento. Allí se reunían casi todos los días a tocar, escuchar las anécdotas, los cantos, el piano, los poemas, los galerones, los corridos llaneros, las declamaciones y las narraciones de las hazañas increíbles del general. A ellas llegaron a asistir escritores, historiadores, poetas, artistas, músicos, ex presidentes de Estado, rectores universitarios y militares de alta jerarquía, todos reunidos en torno a la figura del gran general Páez.

El afecto que sentía Carranza hacía Páez era tal que le ayudó a financiar la publicación de sus memorias en 1868; el libro se tituló Autobiografía del General Páez. Esta edición se dejó al cuidado de la editorial Hallet y Breen, contó con 2 tomos de 500 páginas cada uno y se enviaron ejemplares a Estados Unidos, Colombia, Perú y Bolivia. Después de publicada su autobiografía, el general se dedicó a viajar a algunos países como Bolivia donde se le nombra General de División del Ejército con honorarios incluidos, también visitó Perú y allí se le confirió el título de General del Ejército y fue hospedado en una de las mejores mansiones limeñas y por Decreto del Congreso de Colombia se le dio el título de “El Aquiles de Colombia” y el grado de General de la Unión.

Para esas fechas, desde el gobierno de Venezuela presidido por su antiguo enemigo Antonio Guzmán Blanco, se le nombra como Ilustre Prócer de la Independencia Latinoamericana. Páez ya se había visto en la necesidad de escribirle a Guzmán pidiendo su intervención en los asuntos legales de una de las propiedades que había legado a su hija Rosario y de la cual quería apoderarse su yerno, menudencias de las que se enteraba por su antigua compañera de vida, Dominga Ortiz. Finalmente, Páez decide regresar a New York, pero antes de radicarse allí, viaja a Perú y regresa a los Estados Unidos vía México y pasa por el istmo de Panamá.

“¡Cuántos honores! ¡Cuánta gloria!”, se dice a sí mismo el general con voz susurrante al levantarse del banquillo del piano con la lentitud propia de sus años, aunque todavía con el temple de juventud como cuando blandía su lanza en las Queseras del Medio. Una tos incesante le comienza de repente, no puede parar de toser en seco, intenta dirigirse a su habitación, pero las fuerzas le fallan. Los días siguientes permanece postrado en la cama, atendido por los amigos que le quedan, en la más pírrica miseria.

En el perchero de fondo su vieja y remendada ropa permanece perfectamente doblada, pulcro como siempre hasta los últimos días de su vida. En sus elucubraciones de enfermedad, nombra a Bolívar y su empresa de dar libertad a Cuba, piensa en Dominga, en su amante Barbarita y en las lecturas del Quijote y Rousseau; piensa en su llano, y mientras el último aliento va abandonando su cuerpo, la imagen de su patria amada se queda en su memoria.

Referencias

  • Cisneros, A. (2020). Páez tocaba el arpa. En: Ultimas Noticias. Recuperado de: https://ultimasnoticias.com.ve/noticias/chevere/punto-criollo-paez-tocaba-el-arpa/
  • Diccionario de Historia de Venezuela (2020). José Antonio Páez. Recuperado de: https://bibliofep.fundacionempresaspolar.org/dhv/entradas/p/paez-jose-antonio/
  • Quintero, I. (2016). La palabra ignorada. La mujer: testigo oculto de la historia en Venezuela. Caracas: Ariel.
  • Ruiza, M., Fernández, T. y Tamaro, E. (2004). “Biografía de José Antonio Páez”. En Biografías y Vidas. La enciclopedia biográfica en línea. Barcelona (España). Recuperado de https://www.biografiasyvidas.com/biografia/p/paez.htm
  • Soto, P. (2011). Páez: el inmortal centauro. Revista de la Sociedad Bolivariana del Estado Táchira, 0(22), 153-159. Recuperado de http://erevistas.saber.ula.ve/index.php/sociedadbolivarianatachira/article/view/2300

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Autores

  • (Caracas 1990) Es escritora, historiadora, investigadora. Amante del café, las lecturas y las buenas conversas. Actualmente, es parte del equipo escritural de la Crónica Info, con sus crónicas históricas que nos acercan al pasado y reviven la Venezuela de otros tiempos. Síguela en Instagram: @niyiree_baptista.

Niyireé S. Baptista S.

(Caracas 1990) Es escritora, historiadora, investigadora. Amante del café, las lecturas y las buenas conversas. Actualmente, es parte del equipo escritural de la Crónica Info, con sus crónicas históricas que nos acercan al pasado y reviven la Venezuela de otros tiempos. Síguela en Instagram: @niyiree_baptista.

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