Esa tarde Bolívar presintió lo peor. Su nariz fue impregnada de un olor a muerte, el mismo que lo recorrió cuando murió su madre y luego en aquel fatídico día en que María Teresa dejó este mundo. No tardó mucho en recibir la noticia, una misiva proveniente de Apure que le entregó uno de sus soldados.
Al abrirla, el fin de la vida se hacía presente: “Doña Pepa ha muerto, General”, y una polvareda de humo entraba en ráfaga por la puerta de aquella habitación, parecía venir de los suelos de Achaguas donde quedarían enterrados para siempre los últimos vestigios de la joven caraqueña Josefina Machado — denominada cariñosamente como Pepita —, caída en medio de una travesía llanera para ir a encontrarse con el Libertador. La tuberculosis truncó sus planes y la dejó enterrada para siempre en las sabanas de Apure.
Tras las huellas de Josefina Machado
Josefina Machado lloró con fuerza al ser recibida por la comadrona que atendía las labores parturientas de su madre Doña Mercedes Machado de Paz y Castillo en aquella mañana soleada que resplandecía en la vieja Caracas de los techos rojos y calles labradas de piedra. Corría el año 1793, año convulso para las Américas, pues los movimientos pre-independentistas y las revoluciones por la emancipación latinoamericana ya comenzaban a vislumbrarse en el panorama continental. En el Caribe fue el caso de Haití con las primeras manifestaciones de alzamientos contra la corona francesa. En el norte, los estertores de la guerra ya habían dado la independencia de los Estados Unidos. En ese sentido, los llantos de la pequeña Pepita serían augurio para la vida que le tocaría llevar donde el grito de libertad estaría presente hasta en el día de su muerte.
En su temprana infancia, las noticias sobre la vida política y económica de la Capitanía General de Venezuela estaban siempre presentes en las conversaciones del despacho de su padre. Informaciones sobre levantamientos y conspiraciones contra el orden colonial como la revuelta de José Leonardo Chirinos (1795), la conspiración de Gual y España (1799) o los intentos de Francisco de Miranda de liberar a Venezuela (1806), eran comunes en el ir y venir de las pláticas de los hombres amigos de su padre. Don Carlos Machado ostentaba el cargo de corregidor de Caracas, un puesto real de base local que ejercía distintas funciones dentro del orden colonial.
La relación de Don Carlos Machado con las instituciones coloniales ha de suponer que la familia Machado pertenecía al mantuanaje caraqueño, aunque hay historiadores que afirman que su padre era un canario enriquecido. No obstante, para la época los blancos de orilla se dedicaban a diferentes oficios considerados poco nobles y aunque les estaba permitido ejercer cargos públicos, era poco común que se desarrollaron en los mismos.
Un rumor que tomó fuerza en los años posteriores a la Independencia era que el verdadero padre de Pepita Machado era el General y posterior presidente Carlos Soublette, lo que atentaba con las buenas costumbres y moralidad de Doña Mercedes, madre de Pepita. Sin embargo, Soublette le llevaba tan solo 4 años de diferencia a la joven Pepa. Él nació en el año 1789 oriundo de La Guaira y se traslada a Caracas unos años después a estudiar en la Academia de Matemáticas de la, por entonces, Universidad de Caracas. Lo que es probable es que entre la joven Machado y el General Soublette existiera un parentesco como primos, pero dados los pocos registros existentes, muchos rumores se han levantado frente a su persona.
La joven Pepita conquista a Bolívar con su mirar profundo
Pepita fue criada como todas las señoritas de la Caracas colonial: instruida en las buenas artes del bordado y la costura, preparada desde siempre para las labores de madre-esposa que le esperaba a una joven de su edad, y con el deseo de que un “buen partido” para casarse apareciera en el panorama.
La joven tenía un carácter entusiasta e intrépido que asomaba una agudeza de pensamiento, y una nobleza de espíritu encausada en el ideal de emancipación y en la figura de Bolívar que para ella sostenía toda la impronta del héroe de la libertad. Por lo cual, la tarde en que fue escogida para recibir junto a otras 11 señoritas al Libertador a su llegada a Caracas, Pepita se desbordó de emoción, al fin conocería al hombre detrás de las grandes batallas. Además, era una noticia bienvenida en el seno de la familia Machado unida a la vida política por las labores desempeñadas por Don Carlos y su evidente simpatía con la causa patriota, que además desde la primera República de 1811 había asumido el cargo de primer Canciller.
El 6 de agosto de 1813 la ciudad de Caracas estaba adornada de esquina a esquina para el recibimiento del Libertador. Las personas más importantes de la época, ataviadas con sus mejores galas en medio de la atmosfera de júbilo, esplendor y alegría que el ambiente mostraba, esperaban la entrada triunfal del héroe. Todo era regocijo y goce por las victorias logradas en la denominada Campaña Admirable que había consistido en la liberación del enemigo español de las provincias de Mérida, Barinas y Trujillo.
Simón Bolívar entraba victorioso a la ciudad que lo había visto nacer. Entre toda la algarabía, doce jóvenes de las más distinguidas familias de la sociedad venezolana, vestidas en túnicas blancas para diferenciarse de la multitud, coronaron al héroe. Flores y guirnaldas adornaron su cabeza, estaba a meses de convertirse en el Libertador de la Patria.
La muchedumbre lo acompañó hasta el Templo de San Francisco donde entonaron todos los presentes un Te Deum —himno cristiano que se cantaba en celebraciones—. Entre el grupo de jóvenes que coronaron a Bolívar una de ellas se distinguiría: la joven Josefina Machado, quien aún no cumplía la veintena de edad. Sus miradas cruzadas bastaron para que un Bolívar, ya entrado en los treinta, viudo y en las mieles de sus triunfos, quedara sumamente atraído por la belleza de la joven.
La caraqueña, de tez morena, ojos oscuros y mirada audaz, conquistó las ansias del libertador. El ambiente de fiesta y el baile que posteriormente fue celebrado se convertiría en el contexto ideal para que Pepita y Bolívar pudieran compartir de manera cercana. Ella fue la compañera de baile elegida por Simón, gran bailarín apasionado, para que danzara la alegría de sus triunfos. Pero la señorita Pepa destacó no solo por su belleza sino también por ser una joven firme, con aplomo e inteligencia que dejó inmediatamente interesado a Bolívar.
Durante los días que Bolívar estuvo en Caracas, la señorita Pepita sería su compañera. Entre ambos se desarrolló una pasión intensa que sobrepasó las distancias propias de la época y las vicisitudes que se presentaron en el camino. Incluso desafió las convenciones sociales que imponía la moral mantuana. Además de los chismes y rumores que no faltaban en las calles de la aristocracia que catalogaban a Pepita de “intrigosa”, “calienta cama”, “pérfida”, nada parecía importar a aquel tórrido romance, ni siquiera la oposición de María Antonia Bolívar, la hermana mayor del Libertador, que se oponía rotundamente a esta unión, pues consideraba a Pepita una mujer de familia de dudosa procedencia que habían logrado fortuna de forma intempestiva y “nada lograrían los Bolívar emparentándose con esa gente”.
Entre las familias también había quien viera el romance con buenos ojos, como la madre de Pepita, Doña Mercedes. Ella había aceptado aquellos los amores y se convertiría en la chaperona eterna de su hija con la siempre esperanza de que Bolívar se uniera en matrimonio a Pepita. Él era viudo y ella una hermosa joven soltera que lo había cautivado. Empero, estos no eran los planes de los jóvenes.
Bolívar estaba en plena Campaña por la Independencia de Venezuela, de manera que tenía que ponerse en marcha los días siguientes a aquellas fiestas. El 23 de agosto viaja a Valencia para continuar con el ejército con la promesa hecha a Pepita de volverse a encontrar. Mientras la joven Pepa aguardaría la correspondencia que a partir de ese momento mantendrían ambos. Ella será una gran amiga, compañera y confidente por aquellos años. Así lo demostrarán las veces que Bolívar manda en su búsqueda.
Los duros años y la siempre firme Pepita
A pesar del amor, Pepita y Bolívar deben separarse. Para el 7 de julio de 1814 las tropas de Boves están pisando los talones de la ciudad. Desde Occidente viene arrasando con todo a su paso, lo que obliga a los habitantes de Caracas a huir, en la famosa migración a Oriente, mientras que las familias más afortunadas se fueron a Las Antillas, como es el caso de Pepita, su madre y una tía. Se cree que con la ayuda de Bolívar pudieron salir de Venezuela. Este hecho se produjo en medio de la caída de la Segunda República que dejaba el panorama de la Independencia muy desfavorecido y los ánimos del Libertador por el suelo.
Las mujeres Machado se instalan en la isla de Saint Thomas y allí viven un par de años, mientras que la pareja se separa largo tiempo. Son años duros para la causa. Bolívar busca afanosamente apoyo militar, mientras Pepa aguarda a recibir información de él e intenta mantener la resistencia a la espera de un reencuentro. Se vuelve activa colaboradora de Bolívar, sigue sus instrucciones, le envía los recados, contacta con quien le indique y le informa de los acontecimientos de la isla.
Finalmente, para 1816, el tan esperado reencuentro entre ambos se produce, pero esta vez quedó marcado por las nefastas consecuencias que la decisión de Bolívar produjo. Durante el tiempo en que Pepita vivía en Saint Thomas este preparaba la expedición a Los Cayos, que desembarcaría en la isla de Margarita a los diez días del mes de abril de 1816 y para la cual había pedido apoyo económico de diferentes partes. Una vez logrado el apoyo el plan consistía en entrar a Venezuela y avanzar por las costas para tomar al enemigo por sorpresa. Pero una acción sorprendió a las tropas, el General Bolívar había ordenado no continuar hasta que no hiciera acto de presencia en el lugar la señorita Pepa Machado, quién logró llegar 48 horas después acompañada de su inseparable madre y su tía. Tal decisión del Libertador fue una de las causas que se adjudican al fracaso de esta expedición y luego le traerían problemas con su tropa pasando este hecho a la historia como culpa de Pepita.
A pesar de ese acontecimiento, los días que Josefina pasa con la tropa la convertirán en un apoyo fundamental por esos años. Ella no solo asumirá la responsabilidad de ser la compañera de Bolívar, sino que también se encargará del mantenimiento de la tropa, ayudará a preparar los atavíos, las comidas y prestará servicios de enfermera. Tal actuación le será retribuida con el favorecimiento de los soldados que la tratarán con respeto llamándola Doña Pepa.
Del brazo de Pepita el Libertador caminará las calles de Juan Griego, Carúpano y Ocumare de la Costa. En todos los pueblos a los que llegaban los chismes de la pareja eran parte de la cotidianidad. Las habladurías sobre los encantos privados y públicos de la señorita Pepa formaban parte de los temas de las salas de las mujeres, y sobre su belleza, de las conversaciones masculinas, dando pie a las alusiones despectivas en su contra por ser la “amante” del Libertador. Cuentan los rumores populares que la adjudicación de la palabra “pepita” en referencia al clítoris se comenzó a usar en alusión a Pepita Machado, al igual que en Carúpano la Plaza “José Félix Ribas” se le denominó popularmente como Plaza la “Pepita”. Luego de la expedición fracasada, Josefina Machado acompañará a Bolívar unos meses más y luego se dirigirá nuevamente a la isla de Saint Thomas y fijará residencia hasta el próximo encuentro.
La enfermedad separa a los amantes
Instalado Bolívar en Angostura requiere nuevamente la presencia de Pepita, ante lo cual escribe a su primo José Leandro para que funja de articulador del encuentro. Este logra contactar a la señorita Machado, a su madre y a su tía, inseparables compañeras de viaje de las travesías de los amantes.
Pepita y Bolívar se reencuentran en Angostura, pasan algunos días juntos, pero las obligaciones ya arduas del Libertador los separan. Mientras tanto, Pepita comienza a mostrar los primeros síntomas de la enfermedad que la consume, adelgaza notablemente y va perdiendo las fuerzas. A pesar de ello, sigue fiel a Bolívar y a la causa, así que cuando este la vuelve a llamar para reencontrarse en el año de 1819 justo antes de aventurarse en una nueva campaña militar, ella no duda en ir en su búsqueda, a pesar de su agravado estado de salud.
Pepita decide ir al encuentro con el Libertador, pero las fuerzas de su cuerpo le fallan. Sus huesos ya no sostienen la pesada estructura en que se ha convertido la joven de apenas 26 años. Al escupir la sangre que brota de sus pulmones, con los ojos amoratados y la vida exiliándose por la mirada, otrora llena de vida, se va apagando lentamente, en medio del calor y los zancudos que acompañan esa mañana fúnebre en las sabanas llaneras. Un grito recorrió para siempre la mirada penetrante de la joven Pepita Machado y la vida la dejó al instante. Fue entonces Josefina Machado una mujer a la que no le importaron las convenciones sociales de la época y se entregó no solo a Bolívar, sino también a la causa de la Independencia, acompañando al Libertador hasta en la distancia. Bolívar, al enterarse del fallecimiento pensaría en cómo la tuberculosis le arrebataba a las mujeres de su vida. Posó su vista en el cielo y pensó en Pepita Machado, “Mi señorita Pepa”. Suspiró tristemente en la soledad de su habitación y recordó sus manos suaves acariciando su cuerpo durante una tarde caraqueña.
Referencias
Alcibíades, M; (Caracas, 2016). Amores caraqueños Simón Bolívar y Josefina Machado. La vida amorosa. Dossier Revista el Desafío de la Historia (54), 54-57.
Enciclopedia de Historia; (2018-2021). Campaña Admirable. Enciclopedia de Historia, disponible en https://enciclopediadehistoria.com/la-campana-admirable/
Fundación Empresas Polar; (2021). Movimientos precursores de la Independencia. Diccionario de Historia de Venezuela, disponible en bibliofep.fundaciónempresaspolar.org
Jurado, F; (1991). Las noches de los libertadores, Quito: Ediciones IADAP.