Miranda y Bolívar: un sueño de república

Un joven Simón Bolívar, en vísperas de cumplir 27 años, camina ansiosamente en larga línea recta por la sala grande y lujosa del Morin’s Hotel en Londres, Inglaterra. Sus manos se arropan una y otra vez en un gesto inconsciente llevado por las horas de espera de aquel encuentro que sellaría los destinos de la primera república venezolana.

A lo lejos escucha la voz del mozo: “Mr. Francisco de Miranda announces himself”, que lo saca de sus cavilaciones. Se acomoda el traje y se ubica al fondo de la habitación junto a los otros emisarios enviados desde Caracas por la Junta de Gobierno de los Derechos de Fernando VII: el joven Luis López Méndez y Andrés Bello, quien iba como secretario de la comisión. El objetivo de la misión era informar a Inglaterra de los cambios revolucionarios que se estaban suscitando en la Provincia de Venezuela, además de solicitar apoyo y protección de Gran Bretaña, así como conservar las buenas relaciones comerciales.

Entre tanto, la única exigencia que tenía la comisión por parte de la Junta era evitar a toda costa un encuentro con Francisco de Miranda, considerado un revoltoso por la élite criolla a causa de sus anteriores expediciones revolucionarias en la Vela de Coro en 1806. Esta salvedad no le importó al intrépido Bolívar y menos a López Méndez quien llevaba una carta para Miranda de su cuñado. Así que los tres jóvenes solicitan una reunión con el General.

Pronto la diminuta imagen de Bolívar quedaría obnubilada ante la presencia imponente y cálida emanada del General Miranda, aquel militar de gran porte que había participado en las más grandes revoluciones de su época: la Independencia de los Estados Unidos y la Revolución francesa. Hombre de mundo y de una amplia cultura que fue enriqueciendo a lo largo de su vida con su afán de leer a los clásicos y los numerosos viajes que registró a detalle en sus escritos. Bolívar conocía de antemano las hazañas de Miranda, lo admiraba por su temple militar y tenía el firme propósito de agradarle y lograr convencerlo para que apoyara la independencia venezolana.

Tomado de La Gran Aldea

Por su parte, Francisco de Miranda estaba expectante y muy bien informado de los acontecimientos suscitados en la América española, así que aquella reunión con los emisarios venezolanos no lo tomó por sorpresa. Estaba seguro de que los jóvenes lo contactarían para lograr su propósito de entrevistarse con las autoridades británicas.

La noche anterior Miranda estuvo dubitativo, acostado en su cama pensaba en cómo serían estos jóvenes, sabía que los Bolívar eran una familia de mantuanos muy importante y acaudalada de la Provincia de Caracas e inevitablemente le generaba suspicacia la aristocracia criolla que tanto había desdeñado de él. El encuentro fue breve, pero cerró con una invitación de Miranda a su casa en la calle de Grafton Way en el Distrito de Camden, Inglaterra. Además, este primer acercamiento despertó en el General las ansias de volver a su tierra, los aires de independencia grabada en la mirada de los tres hombres produjo en Miranda un profundo sentimiento esperanzador.

El idealista sexagenario, que alguna vez fue comparado con el Quijote, les abrió a los tres jóvenes las puertas no solo de su casa sino también de importantes figuras del Reino Unido. Miranda hizo gala de una gran cordialidad y organizó encuentros con las altas personalidades inglesas, como el Duque de Gloucester, el ministro Wellesley, Joseph Lancaster, William Frederick (sobrino del rey Jorge III). En este círculo, Bolívar, López Méndez y Bello son invitados a las tertulias londinenses, a la ópera, a tomar el té, a Hyde Park, entre otros importantes eventos sociales, que el joven e inquieto Bolívar aprovechará para expresar sus ideales emancipatorios para el Nuevo Continente.

Ante las negativas de las autoridades inglesas de apoyar abiertamente una revolución en las colonias y preferir mantenerse al margen de la situación, el joven Bolívar se sintió profundamente decepcionado. Pero una idea le siguió animando en su proyecto de libertad: lograr convencer a Miranda de regresar a Venezuela. A pesar de los escepticismos con el joven Bolívar, el cual le dio la impresión de tener una alocada personalidad y le generó desconfianza, quizá infundada en sus propias aprehensiones hacía los mantuanos caraqueños, Miranda se sintió optimista ante la propuesta del regreso.

El 25 de septiembre Simón Bolívar se embarcaba a Caracas a bordo de la corbeta Sapphire de la Real Armada Inglesa. El General Miranda también regresaría, pero para evitar suspicacias, y por recomendaciones del gobierno inglés, lo hacía en otro barco: el Avon. Esa sería la última vez que vería los atardeceres grises de la tierra londinense, atrás dejaba su biblioteca, los recuerdos de sus tardes de té, a su compañera de vida y ama de llaves Sarah Andrew y a sus hijos Leandro y Francisco. No tenía idea que dos años después, aquel joven Bolívar que lo miraba con ojos encendidos de admiración, sería su captor y le acusaría de traidor por la capitulación de San Mateo.

Bolívar Mliranda/Teodoro Delgado

El regreso a Caracas no fue el esperado por el General. A causa del protectorado que le ofrecía la familia Bolívar tuvo acceso a los círculos más prominentes de la élite caraqueña. El que otrora había sido difamado por las autoridades monárquicas ahora era aclamado y participaba de sus reuniones sociales hablando abiertamente de sus ideas políticas. Empero, la Junta de Gobierno seguía desconfiando de las intenciones de Miranda por lo que Bolívar se vio en la obligación de apoyarse en la Sociedad Patriótica de Agricultura y Economía, donde se reunían los personeros más prominentes en cuanto a las ideas reformistas y emancipatorias para la América. Acá Miranda tuvo una gran acogida y, poco a poco, a la Junta no le quedó otra alternativa que darle cabida al “extranjero”, como desdeñosamente se le denominaba.

Los acontecimientos de la Provincia de Caracas fueron precipitando de manera acelerada los destinos de Miranda y Bolívar. La Primera República nacía en medio de grandes obstáculos, entre ellos, la creación de la Constitución el 21 de diciembre de 1811 en la cual se imponía un modelo federal de gobierno; el desacuerdo con la Independencia de las colonias de España por amplios sectores de la población, sobre todo por parte de la población mestiza, negra, esclavos, pardos; y las fuerzas realistas que avanzaban cada vez más y lograban tener sus nichos en las diferentes provincias como Maracaibo y Coro. Esta situación obligaba a los patriotas a realizar constantes campañas militares hacia esas zonas.

El Marqués del Toro, un conocido detractor de Miranda, fracasó dos veces en distintos embates militaristas: la primera, hacia Coro, y luego, a Valencia; hechos que obligaron a los dirigentes políticos a pensar en un cabecilla que alentara a las fuerzas revolucionarias. En este contexto Francisco de Miranda se vislumbra como el jefe militar necesario para mantener la organicidad de la República y luchar contra las huestes españolas. Prontamente, Miranda es nombrado Comandante en Jefe de las fuerzas patriotas.

El nuevo cargo le va a permitir de alguna manera realzar la moral del ejército e imponer una disciplina férrea heredada de su vasta experiencia militar, duramente condenada por el desdeño de un sector de la casta criolla. Ante el nombramiento de Miranda como Generalísimo, un entusiasta y conmovido coronel Bolívar va a ponerse a sus órdenes para formar parte de la avanzada patriota, pero para su enorme sorpresa y desagrado recibe una negativa por parte del jefe militar que se niega a que Bolívar forme parte de su ejército. “Una personalidad demasiado alocada, muchacho, y un tanto peligrosa, propia de la juventud” fueron las palabras que marcaron el primer desencuentro entre ambos. En sus adentros, el General Miranda tenía sus razones para desconfiar del joven Bolívar. En primer lugar, el escrúpulo característico que desde siempre le habían generado los mantuanos; al ser él un hijo de comerciante que había vivido en carne propia los oprobios de esta clase, sabía muy bien que no debía confiar del todo. Por otro lado, Bolívar mantenía una amistad cercana con la familia del Toro, acérrimos enemigos de Miranda y de sus ideas políticas. Y por último, la inexperiencia del muchacho en el desarrollo de las contiendas militares. No obstante, a pesar de la negativa, el coronel de las milicias de los Valles de Aragua apela al Consejo de Guerra para denunciar esta situación a lo que el General Miranda tuvo que ceder.

Bolívar participó en la campaña al lado del Brigadier Fernando Rodríguez del Toro. La contienda que llevaron a cabo fue admirable, atacaron férreamente los reductos rebeldes en Valencia logrando la rendición. Este hecho le permite a Miranda la capitulación de Valencia el 13 de agosto de 1811, pero el costo en vidas es bastante alto. Con las victorias militares de Miranda y la situación crítica de la Primera República, el gobierno toma la decisión de nombrar un jefe dictatorial. En ese sentido, es Francisco de Miranda el escogido para tal labor, confiriéndosele el título de Generalísimo el 23 de abril de 1812. A pesar de su nuevo nombramiento Miranda debe actuar con pies de plomo, pues dentro de los más altos funcionarios del gobierno y de la sociedad venezolana tenía varios enemigos como el Marqués del Toro, un hombre de gran influencia política, además, no contaba con un ejército propio, a lo que se suma las incontables insurrecciones que debe enfrentar como la de los negros de Barlovento instigada por los hacendados del bando realista.

La caída de Puerto Cabello

Ante la valerosa actuación de Bolívar en Valencia, el General Miranda le otorga la responsabilidad de resguardar estratégicamente a Puerto Cabello, zona de gran importancia militar. Ello se debe a que allí se encontraba el arsenal armamentístico del ejército republicano, además de numerosos presos del ejército realista en el Castillo de San Felipe. Es así como Bolívar irrumpe en la plaza de Puerto Cabello el 2 de mayo de 1812. En esa aún el apoyo al ejército realista era notorio, por lo que Simón Bolívar debió aplicar medidas de disciplinamiento y control hacía los pobladores y el ejército que comandaba. Puerto Cabello era la esperanza para mantener a flote la República. Domingo Monteverde, general del ejército realista, había llegado a Venezuela en el mes de febrero de 1812 y venía realizando una avanzada militar admirable desde su entrada a Coro. Dicha campaña ponía en jaque a las fuerzas patriotas. El 25 de abril toma la ciudad de San Carlos y logra seguir decididamente hacia Valencia. Para impedir la marcha de Monteverde, Miranda y sus tropas se posicionan en La Victoria. No obstante, el Generalísimo tenía en desventaja la gran desconfianza de los mantuanos sobre su persona y las constantes conspiraciones que se fraguaban contra él a sus espaldas.

El Castillo de San Felipe/ Hechos Criollos

El 30 de junio, Francisco Fernández Vinony, uno de los militares de origen canario que estaba bajo las órdenes de Bolívar y que ejercía el cargo de subteniente patriota del batallón de milicias de Aragua, decidió sublevarse en conjunto con otros militares dentro del castillo de San Felipe y levantarse en armas ante la autoridad de Bolívar, colocando en libertad a los prisioneros del ejército realista que se encontraban en el Castillo. Vinony contaba con el apoyo de 100 hombres dentro de la guarnición, además de ello, logró conseguir rápidamente el apoyo de la gran mayoría de la población y pronto se hizo con más de 200 hombres a su respaldo. A pesar de esto Bolívar ordenó a las tropas que aún le eran leales la resistencia en contra de los alzados, pero la lucha era difícil, puesto que las condiciones dentro del catillo eran sumamente favorables debido a los muros de la fortaleza que la hacían prácticamente impenetrable, además de la albardilla de armas y comida que dentro de este había y recibían apoyo de las fuerzas de Monteverde que había logrado tomar a Valencia. En este sentido, mantener la Plaza de Puerto Cabello era una misión de naturaleza imposible.

En estas circunstancias Bolívar decide escribirle a Miranda para informarle de los últimos acontecimientos: “Un oficial indigno del nombre venezolano se ha apoderado, con los prisioneros, del Castillo de San Felipe, y está haciendo actualmente un fuego terrible sobre la ciudad. Si V.E. no ataca inmediatamente al enemigo por la retaguardia, esta plaza es perdida. Yo la mantendré entre tanto todo lo posible”. Lamentablemente, esta carta no llega a Miranda sino cuatro días más tarde, en plena celebración con sus oficiales de la firma del Acta de la Independencia el 5 de julio de 1812. De sus labios pronunciará en francés “est blessée au coeur” (está herido en el corazón). “Vean ustedes lo que son las cosas de este mundo. Hace poco lo teníamos todo seguro; ahora todo es incierto y azaroso. Ayer no tenía Monteverde ni pólvora, ni plomo, ni fusiles; hoy puede contar con cuatrocientos quintales de pólvora, plomo en abundancia y tres mil fusiles. Se me dice que ataque al enemigo; pero éste debe estar ya en posesión de todo. El oficio es del 1ero del corriente y hoy es 5, ya puesto el sol. Veremos lo que se hace mañana”. Bolívar logra huir hacía La Guaira, allí se siente completamente fracasado. La caída de Puerto Cabello no solo significó una pérdida militar, sino también moral, devastó la confianza del joven prócer y puso fin a las esperanzas de continuar el sueño de la Primera República.

Desde La Guaira, y aún con la moral por el suelo, Bolívar vuelve a escribir a Miranda manifestándole: “Yo hice mi deber, mi general, y si un soldado me hubiese quedado, con ese habría combatido al enemigo; si me abandonaron no fue por mi culpa. Nada me quedó que hacer para contenerlos y comprometerlos a que salvasen la patria, pero ¡ah! ésta se ha perdido en mis manos”. No recibe respuesta de Miranda de esta carta, ni de la posterior y última misiva que le envía. Por su parte, el General Miranda, un hombre entrado en edad, desacostumbrado tanto a los embates de las guerras anticolonialistas y de la indisciplina de un ejército patriota mal dotado y sin ningún tipo de entrenamiento militar, como a las constantes conspiraciones que se ideaban en su contra, meditaba una de las decisiones que más le costaría en su vida: la capitulación de San Mateo.

El 25 de julio de 1812 Miranda, con la serenidad de siempre, firmaba la capitulación de San Mateo, armisticio que vio como una salida decorosa y pacífica ante los acontecimientos sucedidos, aunque la decisión definitiva de firmar la capitulación la toma en conjunto con los miembros del poder ejecutivo: Juan Germán Roscio, Pedro Gual, Antonio Fernández de León, Francisco Espejo y José de Sata y Bussy, y otros miembros pertenecientes al Poder Judicial. Además, parte de la decisión de Miranda vino aconsejada por el Marqués de Casa León, un hombre que contaba con su confianza y que, finalmente, será el que lo traicione, pues días antes ya se había reunido con Monteverde y pasado al bando realista.

Al día siguiente después de ser suscrita la capitulación, Miranda decide abandonar el territorio venezolano con la firme convicción de continuar la guerra desde la Nueva Granada. Sin embargo, al enterarse de la capitulación el 28 de julio, muchos militares venezolanos, entre ellos Bolívar, acusan a Miranda de traidor y deciden concertar un plan para atraparlo. En palabras de su antiguo admirador, “el principal líder de la conjura es el traidor de Miranda y por ello debe ser fusilado”. Bolívar tendrá sus razones para tal fin, entre ellas, pensar que Miranda se ha vendido al ejército realista al firmar la capitulación, además, de que desconoce las acciones que piensa emprender el General y que la decisión de la capitulación había sido tomada en conjunto con la Junta del Poder Ejecutivo y Judicial. Este hecho lo desconocía porque muchos de los elementos que rodearon la capitulación se mantuvieron en reserva, además, es importante decir que el ejército estaba en desacuerdo con la firma de la misma, por lo que los oficiales consideran que llevar a cabo esta capitulación era un total acto de traición hacia los ideales de la Patria.

El 30 de julio Miranda entra a La Guaira para partir fuera del territorio venezolano, lo que no espera es que pasadas las 3 a.m. varios de sus antiguos subalternos, entre ellos el oficial Bolívar, entran a la casa de Manuel María de las Casas donde esperaba el General, lo detienen y lo acusan de traidor, con la intención de abrirle un juicio. Al ver a los oficiales Miranda exclamará: “Bochinche, bochinche, siempre bochinche, esta gente no sabe hacer sino bochinche”. Con lo que nadie contaba era que de las Casas ya había pactado con Monteverde la entrega del Generalísimo al ejército realista y tenía orden de cerrar el Puerto de La Guaira para evitar la fuga de los enemigos a la corona española. Miranda, con la certeza que lo caracterizaba, vio uno por uno a los oficiales que lo capturaban, entre ellos el menudo, pero intrépido joven que unos años atrás había invitado a su casa. Bolívar mantuvo la mirada acuciosa y firme ante los ojos claros del hombre que había respetado profundamente, un destello de luz brotó en ambos, un ruido de monedas tintineó y a lo lejos un gallo cantó anunciando el alba. Ambos sabían que era el fin.

 

Referencias

LOBO, R; Bolívar y la segunda república. Un ensayo de historia militar y política. Mérida/Venezuela. Universidad de los Andes, 2005.

MIJARES, A; El Libertador. Caracas, Academia Nacional de la historia (ANH), 1987.

PAREDES, J; “La conspiración contra Miranda del 31 de julio de 1812” en Diálogos Revista Electrónica de Historia. Costa Rica, Escuela de Historia. Universidad de Costa Rica Vol. 16/ N. 2 julio-diciembre, 2015.

PARRA, C; Historia de la Primera República de Venezuela, Caracas, Fundación Biblioteca Ayacucho, 2011.

PICÓN, M; ¿Quién fue Francisco de Miranda?, México, Novaro Editores, 1958.

Autores

  • (Caracas 1990) Es escritora, historiadora, investigadora. Amante del café, las lecturas y las buenas conversas. Actualmente, es parte del equipo escritural de la Crónica Info, con sus crónicas históricas que nos acercan al pasado y reviven la Venezuela de otros tiempos. Síguela en Instagram: @niyiree_baptista.

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