La magia de la lucha libre en Venezuela

No ha habido un espectáculo en Venezuela que supere la popularidad alcanzada por la lucha libre entre los años 50 y 60. Los sábados en la noche, la ciudad se paralizaba. Ese día, después de cenar, se reunía la familia en torno al único televisor de la casa para disfrutar de aquellos combates entre limpios o técnicos, y rudos o malos que hacían esfuerzos por ser bien malos de verdad.

Ya antes de la llegada de la televisión entre nosotros, tenían lugar con gran éxito estas peleas en las arenas del Nuevo Circo y el Palacio de los Deportes. En 1948, el propio presidente Marcos Pérez Jiménez se sorprendió al enterarse de que el hombre más popular del país era un luchador, Cruz Diablo, a quien invitó a lidiar en su casa contra el Gran Lotario.

Imagen del luchador Cruz Diablo, quien era más poplar que Pérez Jiménez

La lucha lideraba el rating

Pero fue la idea del fundador del primer canal comercial de televisión, Gonzalo Veloz Mancera, en 1957, de incluirla en la programación de la naciente Televisa, lo que daría el lugar que por dos décadas ocupó en el rating televisivo, superando a la telenovela, el béisbol y el boxeo.

Éramos entonces un país que avanzaba sin premuras a la naciente modernidad. Empezaba la urbanización del este de la ciudad, el pasaje en autobús costaba 0,25 céntimos, y una “locha” el “pan de piquito”, como llamaban al pan francés por sus puntas. Los automercados no existían. El venezolano hacía en mercados populares y “bodegas” compras que casi siempre concluían con la tradicional “ñapa” para los más pequeños.

Al entrar la sexta década del siglo XX, el cambio cultural se hace sentir. Los hijos de las flores inauguran el movimiento hippie, mientras Norteamérica alza en Vietnam su bandera. El blue jean, la minifalda, los pantalones “tubito”, marcarán la moda, y el twist señala la evolución en el nuevo gusto musical del venezolano.

En 1961, Rómulo Betancourt al mando, el país estrena Constitución. Con un dólar a 3.35, y controlada finalmente la guerrilla, se convierte en uno de los cuatro primeros del continente. Un atractivo para numerosos migrantes, entre ellos los gladiadores de otras latitudes que se suman al espectáculo de la lucha libre, aportando cada uno su dosis de ingenio y creatividad.

Al igual que el cine, México tuvo mucho que ver con la popularidad de esta lucha que surgió en Francia, y llega al país azteca durante la invasión francesa de mediados del siglo XIX, para proyectarse por todo el continente.

No había hogar, sin distingo de clases sociales, donde grandes y niños (muchas veces a escondidas de los padres) no disfrutaran de este tinglado de máscaras, voladoras, llaves y saltos en el aire para vencer al contrincante. Hasta el propio José Antonio Quintero, primer cardenal de la historia de Venezuela, dicen que la veía tras bastidores.

El Tigrito del Ring, Guanche Canario, Lotario, El Enmascarado de Plata, Bassil y Jorge Battah, Blue Demon, el Gran Jacobo, Billy El Hermoso, Chiclayano, Doctor Nelson, Fantomas, El Médico Asesino… verdaderos súper héroes de la época, la mayoría trajeados y enmascarados, que además de sus presentaciones en televisión y estadios llenos, demostraban su pericia en todos los rincones del país, a los que acudían en vistosas giras.

Cartelera de presentación de lucha libre/Crédito: Epa Ccs.

Pero sin duda que en este encanto mucho tuvo que ver el más popular de los pancraciastas de entonces, el internacional Dragón Chino, el más odiado y temido de todos los malos.

“Me lanzaban cojines cuando pasaba”, declaró el luchador que llegó a pelear contra estrellas como Bruno Sanmartino o Antonino Rocca, del Salón de la Fama de la WWE, en Argentina, Brasil y Venezuela, y, en el más célebre de sus enfrentamientos, Santo, el Enmascarado de Plata, en Valencia, donde el máximo líder de la lucha mexicana y leyenda del cine de culto perdió su máscara ante 32 mil espectadores.

El Dragón Chino le quitó la máscara al popular Santo, en pleno escenario en Valencia/Crédito: Raxil.net

Carlos Jorge Prussing Wilson, el Dragón Chino, nació en Chile en 1920, donde se inició como luchador a los 20 años. “Pareces un chinito”, le decían las chicas, y de allí surgió la idea del personaje, para lo que se inspiró en el cine de la época.

El Dragón Chino en acción/ Crédito: Raxil.net

“Si voy a ser chino, tengo que demostrarlo”, se dijo. Primero, el atuendo cuidadosamente diseñado en tres versiones. La bata, con flores y dragones bordados por monjas, las uñas largas y pintadas de negro o rojo, que clavaba en la frente para hacer sangrar al adversario y, sobre todo, la máscara diseñada por él mismo, todo aderezado con movimientos de manos y cuerpo al estilo de las artes marciales, convencieron de su origen asiático inclusive al cuerpo diplomático chino, que en una ocasión lo invitó a un homenaje.

Llegó a Venezuela el 1° de febrero de 1959, después de un periplo por Argentina, Brasil, Perú, Uruguay, Paraguay, Puerto Rico, Panamá y Santo Domingo. Con toda esa experiencia, impuso aquí cambios en el ritmo y tiempo de los combates, además del vestuario, que se tradujeron en éxitos masivos.

¿Era realidad o teatro el espectáculo? ¿Usaban salsa de tomate para simular heridas? ¿Fingían las caídas y golpes contra el cuadrilátero? La verdad formaba parte de la magia. “Era sangre de verdad”, decía el Dragón, lo que sacaba con sus largas uñas al oponente. Golpes y llaves eran ciertos, pero una de las reglas era tratar de no dañar al oponente.

“Como en el boxeo, había de todo, luchas pactadas y luchas reales”, afirma el artista conceptual y profesional de las artes marciales Carlos Zerpa, autor del libro “Y en esta esquina… El Dragón Chino! Cuando la lucha era de verdad, verdad”.

“Pero el Dragón Chino no pactaba. Por eso le ganó a Santo, El Enmascarado de Plata”, añade Zerpa, conocedor y seguidor de ese mundo desde su infancia, citando como ejemplo el combate del gladiador contra el libanés Bassil Battah, en el que apostaron “máscara contra cabello”.

“Fue una arrogancia del Dragón, que dijo que si perdía se quitaba la máscara. Bassil terminó en el hospital, el Dragón descalificado, y la Comisión de lucha libre lo obligó a cumplir su palabra”.
Y lo hizo. Pero debajo de la máscara, cuenta la leyenda, ¡tenía otra máscara!

Estos luchadores tan rudos eran todos unos caballeros, escribió el cronista Oscar Yanes, y el Dragón fue uno de ellos. Respetó siempre las reglas del juego, aunque peleas reales fuera del ring no le faltaron, como cuando le rompió la frente de un puñetazo al hombre que agredía a su famosa acompañante, la Dama de las Cadenas.

Pérez Jiménez, quien después del golpe del 23 de enero de 1958 huyó del país, fue extraditado a Venezuela en 1963 y manifestó su deseo de conocerlo, y hasta la cárcel fue el Dragón a visitarlo.

En 1964, una nueva etapa se inicia para esta lucha en las pantallas de Cadena Venezolana de Televisión, propiedad del Estado, donde los hermanos Battah, Bassil y Jorge, inauguran el Catch As Catch Can, de estilo más refinado, en torno al cual todavía se dividen las opiniones.

La lucha libre, tal como la conocimos en sus años dorados, comenzó a declinar cuando salió de la pantalla televisiva por decretos presidenciales de Raúl Leoni y Rafael Caldera. Por estimular conductas impropias entre la juventud, dijeron, aunque se comentan causas menos morales: intereses comerciales en torno al boxeo.

Con su desaparición se cerró una página de nuestra historia, quizás la de la última inocencia. El Dragón murió en Barquisimeto en 2002, en la pobreza, y Estados Unidos hoy tiene el liderazgo de este espectáculo, aunque con otras características. Una nueva generación trabaja duro por su recuperación, pero otros piensan que esa lucha “de verdad verdad”, tal como la conocimos, no volverá.

Maritza Jiménez

Autores

Maritza Jiménez Reyes

Periodista, editora, docente y escritora, especializada en temas culturales. Síguela en Twitter: @Weykapu

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